viernes, 23 de noviembre de 2012

Vivo con la intriga de qué cielo nuevo me harás conocer la próxima vez que te mire a los ojos.

lunes, 12 de noviembre de 2012

No me olvides

Oye, no me olvides, te lo pido. No olvides que siempre estaremos juntos, o casi siempre. Por favor, no olvides las casualidades, esas que nos encontraron sin querer, aunque quisimos. Recuerda que si te quiero es porque jamás te tuve, y eso fue perfecto. No te tenía, aunque siempre nos hicimos falta. No me olvides, que tu olvido me sabe a la trágica y vieja amiga Soledad. Sabes que te necesito, y sé que me necesitas, somos complemento el uno del otro. Tómame de la mano, dime que no me soltarás jamás; tranquila, yo te seguiré creyendo aún después de que me hayas soltado. Sólo no me olvides. Pídeme que te lea un poco de poesía por la mañana, para que tal vez, me quieras un poquito más. Oye, no me olvides, te lo pido. Abre bien esos ojitos, y hagamos como si no, pero ábrelos, así de ti, de mí y del mundo, haremos un sueño, pero algo mejor. No olvides que cada vez que te olvido, me siento vacío, y qué vacío ese, eh. Tal vez sea él que me obligue a no olvidarte, o no. Tú. 

Puede olvidarse la rosa de que es hermosa,
puede olvidarse el cielo de que es azul,
puede olvidarse el Amor de su existencia,
pero Tú
por favor
no me olvides.

Que Yo te recordaré que eres hermosa, 
y que el cielo es azul. 
Y que también 
nuestro Amor existe.

Mi señora de las nueve décadas


Oh, mi señora, cómo te describo, si aunque te conozca del alma a las arrugas eres eso que no se dice, eres lo que aún no se explica. Casi ni me recuerdas, tienes más años que memoria, pero cómo no quererte. Te ves hermosa, los años no han pasado en vano. Aún debajo de tus arrugas y achaques de tercera edad yo te encuentro como la mujer de mi vida; y cómo no, si crecí queriéndote, yo crecí en tus brazos y en tus ojos; tú me ves distinto, pero yo te veo igual. Sé que no sabes leer, y que si yo te leo todo esto, más tarde no lo vas a recordar, pero si no te escribo no vivirás por siempre. Tan bonita, me encanta verte dormir, respirar, yo te veo caminar y bailar; te veo cuando me abrazas, cuando gritas, cuando lloras, yo te veo y no quiero dejar de hacerlo; te veo cuando me miras, hasta cuando no me recuerdas; pero en cambio tú me ves y repites eso que tienes grabado. Ya me sé tus palabras, me sé tus reacciones y tus respuestas. Si supieras, abuela, cómo te quiero y cómo te necesito, si supieras.

Te aprovecho en cada respiro y te quiero más en cada latido. Mañana, cuando despiertes y me recuerdes, volveré de nuevo a sonreír como cada vez que me tomas del brazo y caminas junto a mí para no perder el equilibrio. Por cualquier cosita parece que fueras a caer. Por eso te sujeto hasta el alma, no quiero que en algún momento te vayas a dar un mal golpe y se te complique un poco más la vejez. Pero me miras con esos ojitos caídos, y esa boquita en la que aún después de tantos años, florece una sonrisa inmensa. Cómo te llevo en mí, Señora de las Nueve Décadas, cómo crecí viéndote. Y vivo recordando esos momentos en los que distraída en tu cocina, preparabas los mejores platos de mi niñez. Ya hasta eso has olvidado, el tiempo se ha ido con tu memoria, y se va... adiós.

Mi señora, que el tiempo no te lleve con él, que te deje aquí, con tu vida, con tus ojitos caídos y tu sonrisa recién florecida. Que mi mundo, un poco más firme que el tuyo, gira entorno a ti, y si caes, mi señora, estoy dispuesto a caer a tu lado. Y si decides irte con el tiempo, aquí te quedas, en esto que te escribí mientras te veía dormir.

Me gusta cuando hablamos, y cuando no, me gusta extrañarte.

Te regalo el título.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Soledad

¿Cómo estás? Le pregunté.
—Sola. Respondió ella con sus ojos grises bañados en lágrimas.

Oh, Soledad, tantas caras las que puedes mostrar. Tan pura y tenaz, tan certera, Soledad. Cómo arropas las miradas cálidas con tu frío manto, cómo llegas y te haces eterna. Oh, Soledad, cuantas preguntas traes, cuantas lágrimas, cuantos dolores. ¿Por qué eres tú ese fiel acompañante? Y, ¿por qué no te vas cuando no te quieren? Eres sinónimo de tristeza y te gusta. Soledad, por favor no te adueñes de mi ser como te has adueñado de el de ella. Que te conoce completa, desde su alma hasta sus pies fríos. Y la envolviste con tu manto frío, y te gusta. ¿Por qué? Soledad, traes ese aire de melancolía pura, y tu amiga Depresión viene contigo tomadas de mano. ¿Qué quieres? No sabes cuan dolorosa eres, y a ella le dueles, y le dueles. Te conoce en tu más íntimo estado, y te respira, y te gusta. Ya casi está más de tu lado que de aquí, pero no, Soledad, no te la lleves. Ella hace falta aquí, más que allá. No te la lleves, que te quedarás sin compañía, sin su compañía. Porque tú, Soledad, no conoces tu significado como nosotros, o como aquellos que te tienen. Tú no te tienes, amiga mía, pues tu suma de Soledad mas Soledad significa compañía, y no, no eres compañía.

Oh, Soledad, viniste, ¿A qué viniste? Si en lo más profundo te pareces a la muerte, esa desdichada envidiosa de la vida. Te pregunto: ¿Seremos nosotros tu compañía? Eres esa que llega y se sienta, cómoda, y te tomas el café oscuro y casi sin azúcar, amargo. Así te gusta el café, yo lo sé. Estarás tan sola, Soledad, que nos buscas sin saber, que nos traes tu melancolía eterna al corazón. Qué dolor, a ella, le dueles en el corazón, y le dueles como tú sola sabes doler, Soledad. La consumes como a tu café y a tu cigarrillo, mientras sentada en el sofá marrón no sabes ni qué decir, y no dices. Eres insensata, o muy discreta, eres la resta de tu opuesto, o quizás la suma. Solo sé que tú mas, o menos Compañía, eres más tú, que Compañía. Por eso eres buena, tan solo cuando vives en dos personas distintas.

Oh, Soledad, no vengas sola, no la hagas tu compañía, Soledad. O mejor, sé más Soledad que Muerte.
Soledad.

martes, 6 de noviembre de 2012

Cómo no

Que si te pienso
y cómo no.

No sé como decir
que Tú
mi no sé qué decir
me tienes viéndote los ojos
hasta cuando aún no los abres
hasta cuando Yo
cierro los míos.

Que si te miro
y cómo no.

Si eres Tú
esa luz que no encandila
esa luz que ves y dices:
qué placer.

Y qué placer
que así te quiero.

Y cómo no.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Amén

Con el mero respeto, lo siguiente es tan solo mi punto de vista. Amén.

Ésto, es una pregunta que nadie, nunca jamás va a responder. Algunas personas creen ser conocedoras en su totalidad, cómo si fuese algo propio del entendimiento humano. Como quienes luchan y desperdician su vida buscando a ese ser supremo, como si lo fuesen a encontrar. No se dan la tarea de conocerse a sí mismos, ni siquiera de entenderse, me pregunto: ¿cómo carajos piensan entender a un Dios? Vivimos encadenados a esas doctrinas espirituales que desde pequeños nos vienen introduciendo en la cabeza, cómo si supieran de ello, como si nos quisieran hacer saber algo que ellos no saben. Que nadie sabe. Viven buscando la respuesta a la vida eterna, y me pregunto: ¿se darán cuenta que lo que hacen es un acto egoísta por la "salvación" propia? Dicen que Dios nos hizo a su semejanza o, ¿nosotros lo hicimos a Él a la nuestra? Son solo preguntas, que aunque algunos las respondan, esas respuestas, jamás serán totalmente ciertas. Me dicen que ore por esas personas que lo necesitan pero, ¿por qué estoy yo aquí? Tan bien establecido y ellos allá, con una vida de total desgracia. Tengo bien claro que Dios no es el culpable de la desgracia humana, pero aún siendo cierto eso, Él, permite que esta desgracia sea posible y que la única solución sea la muerte. Que quizás sea como dicen algunos: su salvación. O, para otros: un pasaje hacia las tinieblas. Quién sabe. 

Otros, simplemente ya decidieron dejar de creer, como si ya supiesen, como si estuviesen seguros. ¿A caso lo comprobaron? ¿Saben más que el resto? Y ¿aún más que los que creen saber? Jamás los entenderé, porque también tengo algo claro: si hay creación, tiene que haber creador. Es como pensar que no tienen padres porque no los ven. Como un ciego que niega que el mundo existe porque no lo ve. Como un sordo que niega que en el mundo hay sonidos porque no los escucha. Es ilógico, y la verdad, creo que los ateos son seres sin capacidad racional. ¿Qué hay desgracias? Claro que las hay. ¿Injusticias? Claro que también. Pero todo es parte de la naturaleza humana, todo cae sobre la balanza del bien y el mal. Como el ying y el yang. Imagino entonces que, para el ateo, la existencia de Dios significa paz total. Y según los creyentes, es eso lo que encuentras después de que mueres. Y es obvio que para el creyente sea ese el argumento lógico, tan solo al ver que aquí, en el planeta tierra, no existe la paz. 

¿Pero quién tiene la razón? 

Cada cual juzga por lo que quiere creer, por lo que cree real y por lo que le parece justo. Para mí, Dios es el creador supremo, el creador del cielo y de la tierra, y esto que vivimos todos significa su ausencia, y no del mundo, sino de nuestros corazones. Jamás creeré en una iglesia, ni validaré argumentos del ateo. Pues como yo, el escritor, me doy a entender mediante mis escritos, imagino que Dios, el creador, se dará a entender mediante la creación, no mediante alguna otra cosa. Puedo como tú, no estar en lo cierto, pero es lo que yo quiero creer. El mundo no necesita a Dios, el mundo nos necesita. 

Páginas amarillas

Estaba reposando en mi lugar, aquél viejo estante en el que el polvo era mi único abrigo. Tenía años ahí, como si las personas jamás me fuesen notado, como si fuese invisible; tal vez lo era. Veía a personas pasar frente a mí, justo en esos momentos respingaba el lomo y esperaba ser visto, aunque sea solo para una ojeada fugaz. Pero era algo imposible, los años me pesaban, mis páginas amarillentas eran vacías, y no porque no contuvieran letras, sino porque no había quien las hiciera reales.

Yo tenía tanto para ofrecerles, recuerdo aquellos años de juventud viva, justo cuando venían, me leían y releían una y otra vez. Sabían como apreciar un texto, y como imaginarme más allá de su corta realidad. Les recitaba a Jodorowsky, también a Gabriela, esos poemas de Gabriela Mistral, mágicos. Aunque ahora ya no lo son, la magia se ha ido yendo de mí, antes me recreaban y daba luz a ojos cálidos. Ahora solo veo pasar frente a mí ojos fríos como el invierno, sin brillo, ni nada. Llevo décadas aquí, imaginándome, releyéndome, tan solo que para revivir emociones propias. Pero no es lo mismo. No me hago magia, no me recreo, no me reinvento como aquellas almas libres en cuerpos. Bah, soy solo un viejo libro que nadie quiere encontrar. ¿Quién me busca? Si ya, de lo que hablo, amor, es poco importante. He podido notar el pudor en sus ojos. Como se ocultan, como si la meta fuese ver quien demuestra menos. En estos días pasó por aquí un chico con esos aparatos que reproducen canciones con esos cables que llevan hasta sus oídos, una melodía cualquiera. Tenía tanto volumen que pude escuchar una frase que decía: "esculpiendo nuestros cuerpos para estar buenas y buenos, pues sabemos, que para ver corazones todos son ciegos." Hoy me pregunto si será cierto, si todos quedaron ciegos, en décadas pueden pasar tantas cosas. Aunque es extraño, recuerdo claramente, a aquellas personas que venían con el alma asomada en los ojos y su corazón como un tambor a echarle una ojeada a eso que tenía para ofrecerles, yo, que poco puedo notar, veía en sus ojos el alma, y en su voz muy baja escuchaba su corazón latir. Ésa era la magia, la que desearía volver a ver.

Soy viejo, mi tapa está un poco descolorida, soy de pasta dura, sin presumir. En mis tiempos de juventud, siempre alardeaba frente a los de pasta blanda; aunque con los años entendí, que un buen libro es mucho más que una tapa de pasta dura. Pero bueno, no sé si soy yo, o son las personas, o es el viento, o es el frío de invierno, o el de sus miradas, o el frío de sus palabras. Quién sabe. Pero en fin, aquí estoy, aquí sigo, tan solo esperando conocer al valiente que será capaz de: venir, tomarme de una buena vez y descubrir en mis páginas su mirada cálida. 

Notas de autor:
Dedicado a esos libros de biblioteca que nadie se atreve a leer, a esos libros donde podemos encontrar esas miradas perdidas, y tan solo no las encontramos porque aún, no hemos sido lo suficientemente valientes para ese grato encuentro. Con nosotros mismos.