lunes, 29 de abril de 2013

Mitades

"Según la mitología griega, los seres humanos fueron creados originalmente con cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos caras. Ante el temor de su poder, Zeus los dividió en dos seres separados, condenándolos a pasar sus vidas en busca de sus otras mitades."

Yo sé que tú, mi mitad, sabes que estoy aquí. Y sabes también, que yo sé que tal vez mañana, o tal vez no, te mire y te diga: "Estoy feliz de encontrarte, ahora ven y seamos lo que no fuimos nunca, amor."

sábado, 27 de abril de 2013

Liberales

Sostenía un mate en la izquierda y la derecha al aire. La mirada concentrada al infinito, degustando de un día gris, lluvioso, vacío y en  alguna ocasión, triste. Los recuerdos eran vigentes, caminaba y se encontraba consigo mismo en distintos lugares. Concentrado en el infinito, desde su ventana comenzaba a salir el sol, disfrutaba, ahora con más claridad el sol, mientras caminaba por la Rue Mignon, que hace esquina con la Rue Serpente, para luego llegar al Boulevard Saint-Michel. Bonito día, los árboles, personas y sus mascotas, las parejas, muy enamoradizas, por cierto, tomadas de manos demostrando, casi presumiendo muy inocentemente, sus amoríos, dignos de apreciar. Llegaban a la Fountain St. Michel, degustaban, y continuaban.

Él miraba desde su ventana, con un mate en la izquierda, y ahora, con la derecha sobre la cabeza como peinándose, aunque más bien parecía lo contrario. Era un día gris, comenzaba a llover, casi vacío y tal vez, un poco triste. Con la mirada concentrada al infinito, veía un delicioso atardecer después de caminar por la St. George's Square y atravesando la Grosvenor Rd. Para llegar a tomar un respiro en el Pimlico Garden & Shrubbery, y otra vez, personas y sus mascotas, caminaban, conjugaba su adyacencia, era casi como la de un padre y su hijo, pero sin el parentesco. El amo de dicho animal caminaba disgustado, en esta ocasión disgustado, como reprochando los mismos árboles, las mismas calles, los mismos edificios; casi exigiéndoles un cambio. En cambio, el animal, caminaba entusiasmado, como agradeciéndole a los árboles, a las calles y a los edificios el estar ahí de nuevo para él.

Dejó el mate a un lado para sacudir migajas de alguna galleta que había comido hace algunas horas atrás; era un día gris y él desde su ventana veía la lluvia que caía a cántaros. En esa ocasión, la lluvia, parecía más bien: un despojo de alguna nube que quiso, quién sabe por qué desdicha, deshacerse de todo lo que la desalentaba en ese momento. Esta vez desde una vieja casa, desaliñada, tal vez, de la Rue d'Hautmont, escuchaba desde su reproductor a Sigur Rós en su canción Samskeyti. Preguntándose: dónde estaban las parejas, y las personas y sus mascotas, y los niños y sus padres. Y también preguntándose su pasado, que en ese momento eran solo segundos anteriores, y nada más. La plenitud, es decir, el auge, eran sus interrogantes formuladas desde algún lugar remoto, donde las estrellas, en ese momento ocultas por varias nubes llorosas, brillan más como para uno, y no sostienen un brillo tímido, es más bien: un brillo arrogante; hermoso.

Ya sin mate, el día no tan gris y sin gotas cayendo, el hombre miraba desde su ventana, y se preguntaba: ¿A qué se refiere esto? Si todo lo que somos, lo somos desde y dentro de esta inmensa jaula. El universo no era tan de él como esos pedacitos de tierra. Desde su ventana miraba a parejas cohabitándose, a personas y sus mascotas, niños jugando, algunos adolescentes riendo; veía y se preguntaba: ¿en qué diferían estas personas con respecto a las del St. Michel? ¿O a las del Pimlico? Si como yo las descifro son proporcionalmente iguales. Igual los lugares, all places was the same if he watched them by the same way. Igual que los idiomas, igual que los sentimientos.

¿Puede acaso sentirse alguien esclavo aún siendo libre? Se preguntaba el liberal caminando dentro de una jaula a la que le llamaba: su mente.

martes, 23 de abril de 2013

El juego que pierdo y gano Por José Augusto Subero

Así lo es todo. Porque todo es así, y cuando uno cree que puede no debe y el que puede no debe y casualmente el que no debe casi siempre es uno mismo. Y es como darle la razón a alguien con gusto, y el disgusto de no tener la nuestra es más grande para el mundo que para uno. Así casi siempre son las cosas que yo digo -digo casi porque casi nunca estoy completo. En el auge o en el abismo; casi nunca en el medio; y ese medio es ese "casi", que casi nunca me repito- esas cosas que yo digo y que repito, porque lo que digo es solo mío y nadie más se lo disfruta, ese "creo" -reflexión- ... Y si alguien en verdad me ha escuchado -en pregunta- en la ducha con el agua y el papagayo, porque creo que no es sólo mi mano la que entiende, porque en mi mete siempre pasa la imagen de la puta/la difunta, que segrega mis pesares con su cuca / y en mí nunca cae la sangre hecha pluma. Amor -sin alusión a nadie- quererte a ti es como aceptar la vida de un difunto, o llegar cansado y lamer a mordisco la sartén en el lavabo; vos sos quien entre tos me mostraste la locura, y en tu muerte fui feliz al conocerte. Y me contradigo. Y no se entiende otra cosa porque no me gusta. Y me quedo. No me voy. ¡No me callo! -más que menos-. No me llevo de las buenas con el burro, aunque diciendo eso soy más burro que un camello. ¿Parentesco? --Claro, casi como el de mis huevos y el murmullo. En suspenso, rimas con las letras y tus manías / compañías cuerpo a cuerpo cortan curandera coco a coco cerca ceja comes caraotas y con... Amor, -sigo sin dar fe ni mucho menos- fue tu perro el mejor de mis amigos, adiós. Todo esto en viceversa. Versas con las rimas de mis dedos / en la nuca. Y eres la victoria del juego que pierdo y gano. ¡Lotería! 

sábado, 20 de abril de 2013

Nada

Estoy necesitando caminos, los recorridos ya no me abruman, y los que tengo en mente no me intrigan. He perdido el entusiasmo para todo, o bueno, para casi todo. Nada se ve tan bien como algunas otras veces, las recaídas son prolongadas y seguidas. Algo pasa, seguro que algo pasa, y más seguro aún de que ese algo es: nada. Nada, ¡pero qué cosas! Nada. Nunca "nada" me importó tanto, o me hizo sentir mal. Han cambiado los vientos, todo parece contradecirse, nada parece tener suficiente sentido, a veces me río, a veces sonrío, a veces: nada. Qué no ha pasado, me pregunto. Espero que algo pase, pero ¿qué es? Estoy seguro que si yo no lo sé, alguna otra persona tampoco lo sabrá. Estoy en esa fase en la que lo que me interesa, lo que no, lo que quiero hacer, lo que hago, lo que no he hecho, lo que pienso, lo que no pienso, lo que pensaré; donde ni el presente, ni el futuro, ni el pasado, son suficientemente importantes como para salir a reclamarlos, si acaso, vivirlos. Me pregunto cuando, "nada", se convertirá en algo interesante. Tal vez "nada" sea algo interesante pero que aún no noto, seguro, soy pésimo descifrando acertijos, más si son de vida, o tristezas, o alegrías. Soy malo construyendo puentes, de esos que te llevan de aquí a la bienaventuranza. -La felicidad es un puente que te aleja de una malaventura, pero al final de él está otra esperándote.- Se ven muy felices, al parecer sí son buenos construyendo puentes, largos y anchos, donde caben muchas personas. Yo no puedo, creo, nunca he sido capaz de darle permanencia a esos puentes, son cortos, y angostos. A veces creo que lo prefiero así, donde no quepa mucha gente, siempre serán menos las decepciones. 

Seguiré, de aquí hasta allá, donde Dios tiene algo preparado para mí, seguiré haciendo lo que me desanima, para llegar al abismo y socializar con los caídos, y subir luchando para luego, en la cumbre, mirar hacia abajo y decir dejándome caer: ¡Excelente! Aquí voy de nuevo.

domingo, 14 de abril de 2013

Siempre el mismo día

...declaré, a las 00:00 horas del décimo tercer día del mes Abril, mi día concluido.

Eran las cinco treinta AM del décimo segundo día del mes de Abril, y apenas comenzaba, tediosa y monótonamente, un día distinto. A las siete con diecisiete minutos logro separarme de la cama. Una mañana común, hasta donde iba. A las ocho con treinta y seis minutos de la mañana estaba listo para salir a materializar mi día. A las ocho con cuarenta y tres minutos ya estaba abordo del transporte que me llevaría, a donde ningún ser humano es desasistido. A las diez con cincuenta ya estaba ahí, junto a personas desconocidas, y suelos desconocidos, esquinas desconocidas, miradas desconocidas. Diez minutos después, la vi: perdí la noción del tiempo. Eran sus ojos, acaso, un despojo, me preguntaba. Era su mirada, acaso, un reencuentro, me preguntaba. Era yo, acaso, posible frente a ella, me afirmaba el verla a los ojos. Quién sabe qué, quién sabe dónde, pero por donde nosotros caminábamos era un lugar distinto, o al menos así lo creí. Nuestras manos luchaban suavemente, colonizándose, saboreándose, reafirmándose, y nosotros, nosotros nos mirábamos, sonreíamos y nos quisimos, o al menos así lo sentí.

El futuro era insignificante, el pasado no eran recuerdos, sino verdades ausentes. El presente era lo único que teníamos, nuestro tiempo, nuestros pasos, nuestros caminos los colonizábamos de manera sutil y con un beso cómplice. Su sonrisa, la mía, su mirada. la mía; mi desasociación con el tiempo y sus miradas que me marcaban los recuerdos. Fuimos novicios enamorados, fuimos pareja durante años, los sustentadores de un hogar, y sin embargo: no fuimos nada. Fuimos, y ahora sí del verbo ser en su máxima expresión, los representantes legales de las miradas delincuentes que nos robaban la imagen de a raticos, y los besos de piquito. Éramos continuidad; más la complicidad que nos reíamos. Un beso y su continuación: ella mirándome a los ojos. Un beso era descifrarnos y darnos a entender. La poesía era un adlátere que no se alejaba, se respiraba. Ella me recitaba su mirada, y lo sabía. Yo le recitaba sonrisas, y lo sabía. Crecíamos, lo nuestro fue algo de años, en horas. Miradas cómplices, y la adyacencia de su codo y el mío era casi como lo cita Benedetti en su poema: 

«si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos» 

Ahí estábamos, nada más ahí, sin ganas de más, con nuestras manos tibias luchando por reclamar el resto de nuestros cuerpos. Era sencillo, el dominatriz y su sumisa. El colono y la colonia; un juego agresivo e incesante, y a la vez plácido y efímero. Y continuamos, un beso dio vida al atardecer y trajo consigo una despedida próxima. Eran las cuatro y cuarenta y seis de la tarde cuando retomé la noción del tiempo. Jamás odié de esa manera esa hora exacta: "cuatro y cuarenta y seis de la tarde." Teníamos que despedirnos. Caminábamos, codo a codo, juntos hacia aquél lugar donde las personas sí son desasistidas. Ahí estábamos, a las cuatro y cincuenta y ocho de aquella tarde: despidiéndonos. Dándonos un beso que se quedó con las ganas. Viajé con su presencia en mi mente, de nuevo, de regreso hacia donde no la poseo. Eran las diez y cinco minutos de la noche cuando llegué a mi hogar, mi mente era una hecatombe con tantas imágenes de ella; fotografías mentales, besos que, en ese momento, me desasistían. Estaba llegando al final de aquél día, eran las once con cincuenta y dos minutos de la casi medianoche, cuando me reencontré con mi cama, no quise, pero era la hora y...

domingo, 7 de abril de 2013

Sía

...esta es la continuación de aquella historia que no encontraba su final; y todavía...



      Ella era una poetisa, de las que les gusta seducir, letras y hombres, hombres y musas. Fuerte, de carácter fuerte, sentimientos dóciles, ojos firmes, mirada grave, blancos dientes y sonrisa dulce. Ella era una poetisa, y de vez en cuando, era mujer de otros. Le era infiel a los cuerpos para dictarle lealtad a sus musas, que no eran musas por ser mujer, esas fuentes de inspiración parecían, en ocasiones, reales. Caminaban, y besaban, y amaban, se tomaban de manos, se miraban, colapsaban, colisionaban y hasta se aunaban el uno con la otra. De vez en cuando, deseaba sexo adolescente, algunas otras veces: hacer el amor. En ocasiones, y casi siempre, conjuraba su inspiración en la mirada de los incapaces con que se topaba. Seres poco racionales, fracasados y objetos de esta mujer. Elegante, insensata, discreta, indócil, respetuosa y fiel a sí misma.

      No escribía, a dicha mujer, la escribían. Y cada vez más como ella quería ser; fina, de uno o de lo otro. Ella era el deseo, las ganas, y en ocasiones, el amor de los pobres cultos. Hace varios años me la topé, la vi como era, era como la quería ver, la modifiqué, la palpé, la leí, descifré y construí algo de mí en ella, cuando le pregunté su nombre, después de tanto, respondió fría, sin amor, ni alma, ni grandes expresiones, ni pequeñas letras, ni con fuertes ideologías, ella respondió: "Poe..." y no dijo más; seguí escribiéndola.