viernes, 1 de abril de 2016

Génesis

En ese entonces era posible pensar en cualquier cosa y crearlo, es decir, al comienzo, cuando no todo está hecho, es fácil ponerse a pensar qué falta y listo, hacerlo aparecer y se acabó. Uno tiene la mente llena de ideas que cambiarán al universo, cosas que jamás nadie olvidará. O sea, al comienzo, Dios creó una masa enorme, antes del Big Bang, dicen, y a partir de allí nació algo inolvidable. Sin embargo, para estas fechas hacen falta menos cosas, y lo que muchos creen que necesitan, en realidad no, es pura basura material. Quizás hasta Dios se quedó sin ideas y desistió de crear alguna nueva especie, quizás tampoco la necesita. Pero qué más, ya casi todo está, y lo que falta es lo que hemos deshecho.

Para entonces yo amé con el alma, dios! Y como en todo inicio, hubo esfuerzos por crear. Inventamos cosas que cambiaron al universo. Algo como un lenguaje peculiar entre dos especies que aún estaban por definirse, puesto que de nombres no sabíamos mucho y tomábamos el trabajo de alguien más, pero que en ese momento nos correspondía, y eso ya era empezar bien.  Nos inventamos lugares que hicimos nuestros, como quisimos, los tomábamos de cualquier idea ya bien hecha y los transformábamos en todo lo que nos diese la gana. Fue entonces cuando supe que ella era Diosa y había recreado en mí su deseo de modelar sus invenciones, algo así como Jesús el hijo de María, pero diferente. Yo también creaba y elegía lo que me gustaba, discutíamos un poco y luego tomábamos lo que ambos aprobamos.

Ésa era la dicha del comienzo, cuando no todo estaba hecho.

Ya después, cuando su casa y mi casa eran la misma, un poco lejos de todo aquello que inventamos, quisimos dividir secciones, unas suyas y otras mías, porque creímos que podíamos. Porque lo que habíamos hecho, es decir, nuestra creación misma, nos había otorgado un título de propiedad que, a decir verdad, nunca existió. Yo di el primer paso: "El cuarto de la sala es mío, en el que está la biblioteca y el sillón más cómodo de la casa." Ella me arrancó algunos libros y fue entonces cuando parte de nosotros fue yéndose, era como ver desaparecer un pie, o un dedo del pie. Al comienzo no nos preocupamos. Ella tomó gran parte de lo que habíamos creado y usó de excusa su enorme título de diosa, que ya no iba con mayúsculas. Cada vez era menos lo que veíamos de nosotros, algo extraño pasaba cada que alguno daba propiedad a cualquier cosa. Y yo no entiendo cómo no nos dimos cuenta a tiempo. Complicábamos cada vez más la cuestión, y yo, que di el primer paso: desistí. Quedaba ya de mí el corazón, nomás, y de ella los labios. No podía más. Al final, su voz y mis latidos, transformados en algún nuevo idioma por la necesidad de comunicarse, como cualquier ser humano, nos dieron a entender que, de gritos, plegarias y lágrimas sin respuesta, entre tanto egoísmo mío y suyo, ya sin ningún comienzo válido, la creación había dejado de creer en su creador.