viernes, 4 de noviembre de 2016

Solitude

Ya me preguntaba cómo habías estado. Tanto tiempo sin venir y créeme que nunca estuve esperándote. Pero así eres de imprudente, que llegas sin avisar, sin tocar la puerta siquiera. De ti se sabe el silvido que se escucha cuando vas entrando y después de eso tu abrazo frío, que luego opaca todo indicio de luz. Casi había olvidado cómo luces, y de antemano, perdona si el café que te serví tiene mucha azúcar, es la costumbre. Sin embargo, no has cambiado en nada. Podría incluso sentarme a leer lo que ya te he escrito y asumirte bajo esas palabras, pero ahora existen condiciones nuevas. Asumo tu estadía como algo permanente, es decir, indefinido, así que ponte cómoda. Junto a mi cama está la tuya, bien tendida y con la sábana blanca que te gusta. Espero esta vez no me engañes, y no termines yéndote de la misma manera en que lo hiciste la última vez: lenta y silenciosa, sin avisar siquiera que ibas a tomarte un respiro. Sin embargo, sabes que acá eres bienvenida cada vez que quieras venir a quedarte. Da igual si tu presencia duele o no, a estas alturas entendí que siempre me ayudas a descubrir mundos nuevos, y claro, todo tiene sus consecuencias. 

Por el contrario de ti, yo tengo muchas cosas que contarte, he cambiado en todos los sentidos; estoy un poco más alto y mi cabello no luce igual. Estuve un tiempo lejos, pero regresé porque aún quedan problemas por resolver aquí. Ahora creo en mí y creo en Dios. Tengo una que otra prenda nueva, y gracias a las despedidas, me quedé sin lugares favoritos. Sin embargo, esta vez es diferente. Tu llegada no va a ponerme límites, y he allí la primera condición. No esperes menos de mí: voy a cumplir mis metas. Y tu compañía no es quizá la que quisiera, pero es la que está, y eso es suficiente para saber de ti que me vas a acompañar durante ese proceso. He pospuesto mis planes de cambiar al mundo, me refiero, mi mundo, por ahora, está bien como está, no hace falta que alguien venga a desordenarlo otra vez. Así que olvida todo plan que tengas de salir a pasear, es la segunda condición. Sé lo débil que eres y que a la primera te vas, y no regresas sino hasta que te dé la gana de volver. La última es quizá la más complicada para mí, y no porque no pueda cumplirse, sino porque no quiero, en realidad, que se cumpla. Sé también lo débil que soy, Soledad, y lo poco que me entusiasma tu presencia no me ayuda a cambiar. Así que por favor, pasa al cuarto, ponte cómoda y cuando venga ella a visitar abre tú la puerta y dile que no estoy, que salí a comprar pan, o a buscar el tiempo que me dijo que quería.

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