viernes, 2 de diciembre de 2016

Memoria de un amor pasado

Llevo cinco noches sin dormir bien, son las dos de la madrugada de la sexta y llueve afuera. Es el tercer cigarro desde que me senté a escuchar el sonido de las gotas al golpear los techos ajenos, y aún no me explico dónde se ocultan tus senos y tus labios, que hasta hace poco estaban aquí, dejándose inventar por mis manos. Es extraño, en realidad, de un momento a otro dejé de escucharte gemir y cuando volteé ya no estabas. Hace frío, sin embargo tengo un vaso lleno de ron barato, que no calienta tanto como tus manos, pero sirve como remedio para tu ausencia. 

Escribí una carta que dejé en la mesa por si vuelves, estaría bien leerla mientras te toco, así si lloras, puedes confundir tristeza con placer, si quieres. Puedes también intentar quitarme el frío, dibujando mi cuello y mi abdomen con tus labios y tu lengua. Yo puedo ayudarte a encontrar el camino que quieres recorrer tomando tu cabello y apartándolo de modo que no fastidie tu vista. 

También podemos sentarnos a orillas de la cama a llorar o a gritar, a culparnos el uno al otro por haber dejado abierta la ventana, sabiendo que para estas fechas llueve y se mete el frío. Podemos olvidarnos de las manos y los labios, y aceptar así que la ventana quede abierta y se meta la lluvia, hasta que gracias a la humedad y a las bajas temperaturas, ya yo no tenga fuerzas para ir a buscar otro ron, ni tú para venir a intentar quitarme el frío.

Son las dos y media de la madrugada de una sexta noche sin dormir, llueve afuera y un poquito también adentro. Es el quinto cigarro desde que me senté a llorar y aún no me explico cómo, después de haber dibujado tu cuerpo entero, no descubro el camino correcto a las constelaciones que construye tu sistema lunar.

Y sabes
que siempre he sido
fanático del universo y sus leyes.

Lo irónico fue que no logré
quién sabe si por falta de tiempo
o de amor
entender la gravedad
con la que me atrajeron
tus pasiones.