Caracas, 18 de Marzo
Mamá:
Hoy
me senté a esperarte y tuve la certeza de que llegarías. Sé que el mundo es
otro, sé que yo soy otro; pero tuve la certeza de que llegarías. Estuve a lo
mejor horas, por no decirte todo el día (o toda mi vida), esperando
encontrarte. Recorrí lugares en los que de vez en cuando sonreías, y sonreí yo,
pero lo hacía también en tus ojos. Se me cansaron un poco los pies, y no fue
para tanto. Se me humedecieron un poco los ojos, y tú sabes que tampoco es
mucho. Hoy me senté a esperarte y tuve la certeza de que llegarías, pero sé
también que el tiempo no retrocede demasiado. Te esperé en todos los lugares
que recuerdo menudeabas, y no estabas, y yo tampoco. Me dormí y desperté en
nuestra propia cama, pero no estabas, y tu paz tampoco.
Y
tú sabes que esto es duro para mí, escribirte cartas y dejarlas al viento
esperando así que sean más tuyas, y tu ausencia más mía. Porque eso es todo
esto: el certificado de que no estás. Y sí, no estás, aunque tenga una vana
certeza, no estás. Soy egoísta, perdona. Y sé que no estás porque necesito
abrazarte. Soy tu hijo, perdona. Y si te preguntas por qué hoy, día trágico e
inmutablemente triste decidí escribirte esta carta, es porque hoy, cuando tuve
la oportunidad de sentarme, casi como presagiando mi indiscutible hallazgo, me
di cuenta que desde el día en que te fuiste, yo me senté a esperarte.
Alejandro.
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