jueves, 12 de julio de 2012

Y en un pestañeo...

No fue fácil, al comienzo no creía ni sabía si era cierto. Pestañeaba, cada pestañeo era volverla a encontrar, justo frente a mi. Recorría cada silencio y pensaba en ese sonido sutil que salía de su boca al pronunciar cada palabra. Supe sonreír, en realidad casi no podía dejar de sonreír, y cuando no lo hacía, era porque me detenía en el tiempo mirándola a los ojos ocultando todo aquello que los míos querían gritarle. Me detuve en aquel lugar donde solo me quedaba pensar y recordar. Aunque lo único en lo que pensaba era en ella y recordaba cada segundo anterior transcurrido mientras paseaba a su lado. Casi no respiraba, eran más bien suspiros silenciosos los que caminaban de mis pulmones a las vías respiratorias hasta llegar a mi nariz, era todo un paseo de ángeles gritando en silencio cada palabrita que viajaba de mis oídos hasta aquel remoto lugar en mi cerebro, que se encarga del entendimiento de las palabras, el cual no trabajaba bien y entender me costaba, pues había una marcha de hermosas fotitos de ella, capturadas en el momento viajando de mis ojos hasta aquel lugar donde se alojan esas fotografías mentales que nunca olvidas, y obstaculizaban un poco el paso. Por mi piel marchaban esas hormiguitas invisibles que se hacen espacio corriendo por el estómago y deteniéndose un poco en el pecho. En mi mente, en aquél momento un poco vacía, daban vueltas esas pocas palabras que aun queriendo decirlas, me costaba decir, pues en mi legua caminaban un sin fin de personitas queriendo todas hablarle a la vez, y muy poco me dejaban hablar con claridad. Mis pies reposaban sobre blancas nubes, mis manos rosaban con delicadeza el cielo y mi corazón latía un poco más rápido de lo normal. No existía un mundo, más el que mi subconsciente creaba en su sonrisa. No sabía si sonreír o preocuparme, tal vez hacía un poco de las dos. No sabía si pensar o hablar, si correr o caminar, si volar o nadar, no sabía. Estaba perdido, sólo me encontraba cuando ella dirigía su palabra hacia mí, entonces me daba cuenta que estaba ahí y que no era un sueño. Varias veces intenté despertar, tropecé a un muro, intenté tumbarme al suelo a ver si en esas pegaba un brinco y salía de la cama, pero no, no era un sueño. Caminamos y caminamos hasta llegar a aquél muelle, vaya, el muelle. Fue ahí donde, las fotitos en mis ojos, los ángeles y las personitas en mi lengua desaparecieron. Justo en ese momento todos se concentraron en la parte alta de mi estómago y comenzaron a correr y correr, como niños jugando en un parque, subían y bajaban, brincaban y, si se caían, volvían de nuevo a levantarse hasta poder alcanzar a la personita que le antecede, eran miles, y antes, creí pensar que no existían. Supe aparecer y desaparecer por instantes, cerré los ojos, los abrí, y en un pestañeo pude volver a encontrarte, de nuevo.

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