domingo, 14 de abril de 2013

Siempre el mismo día

...declaré, a las 00:00 horas del décimo tercer día del mes Abril, mi día concluido.

Eran las cinco treinta AM del décimo segundo día del mes de Abril, y apenas comenzaba, tediosa y monótonamente, un día distinto. A las siete con diecisiete minutos logro separarme de la cama. Una mañana común, hasta donde iba. A las ocho con treinta y seis minutos de la mañana estaba listo para salir a materializar mi día. A las ocho con cuarenta y tres minutos ya estaba abordo del transporte que me llevaría, a donde ningún ser humano es desasistido. A las diez con cincuenta ya estaba ahí, junto a personas desconocidas, y suelos desconocidos, esquinas desconocidas, miradas desconocidas. Diez minutos después, la vi: perdí la noción del tiempo. Eran sus ojos, acaso, un despojo, me preguntaba. Era su mirada, acaso, un reencuentro, me preguntaba. Era yo, acaso, posible frente a ella, me afirmaba el verla a los ojos. Quién sabe qué, quién sabe dónde, pero por donde nosotros caminábamos era un lugar distinto, o al menos así lo creí. Nuestras manos luchaban suavemente, colonizándose, saboreándose, reafirmándose, y nosotros, nosotros nos mirábamos, sonreíamos y nos quisimos, o al menos así lo sentí.

El futuro era insignificante, el pasado no eran recuerdos, sino verdades ausentes. El presente era lo único que teníamos, nuestro tiempo, nuestros pasos, nuestros caminos los colonizábamos de manera sutil y con un beso cómplice. Su sonrisa, la mía, su mirada. la mía; mi desasociación con el tiempo y sus miradas que me marcaban los recuerdos. Fuimos novicios enamorados, fuimos pareja durante años, los sustentadores de un hogar, y sin embargo: no fuimos nada. Fuimos, y ahora sí del verbo ser en su máxima expresión, los representantes legales de las miradas delincuentes que nos robaban la imagen de a raticos, y los besos de piquito. Éramos continuidad; más la complicidad que nos reíamos. Un beso y su continuación: ella mirándome a los ojos. Un beso era descifrarnos y darnos a entender. La poesía era un adlátere que no se alejaba, se respiraba. Ella me recitaba su mirada, y lo sabía. Yo le recitaba sonrisas, y lo sabía. Crecíamos, lo nuestro fue algo de años, en horas. Miradas cómplices, y la adyacencia de su codo y el mío era casi como lo cita Benedetti en su poema: 

«si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos» 

Ahí estábamos, nada más ahí, sin ganas de más, con nuestras manos tibias luchando por reclamar el resto de nuestros cuerpos. Era sencillo, el dominatriz y su sumisa. El colono y la colonia; un juego agresivo e incesante, y a la vez plácido y efímero. Y continuamos, un beso dio vida al atardecer y trajo consigo una despedida próxima. Eran las cuatro y cuarenta y seis de la tarde cuando retomé la noción del tiempo. Jamás odié de esa manera esa hora exacta: "cuatro y cuarenta y seis de la tarde." Teníamos que despedirnos. Caminábamos, codo a codo, juntos hacia aquél lugar donde las personas sí son desasistidas. Ahí estábamos, a las cuatro y cincuenta y ocho de aquella tarde: despidiéndonos. Dándonos un beso que se quedó con las ganas. Viajé con su presencia en mi mente, de nuevo, de regreso hacia donde no la poseo. Eran las diez y cinco minutos de la noche cuando llegué a mi hogar, mi mente era una hecatombe con tantas imágenes de ella; fotografías mentales, besos que, en ese momento, me desasistían. Estaba llegando al final de aquél día, eran las once con cincuenta y dos minutos de la casi medianoche, cuando me reencontré con mi cama, no quise, pero era la hora y...

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