domingo, 13 de abril de 2014

Informe sobre soledades

Soy un viejo, un anciano ya casi vacío de vida, tengo momentos vividos, anécdotas e historias que contar. Tengo los ojos secos de tantas lágrimas que he derramado, los dientes sucios de tanto que he sonreído, la piel arrugada de tanto que me la han acariciado y, sin embargo: no tengo nada. Tengo pocos bienes, no soy adinerado y nunca pretendí serlo, pues a mi parecer, la libertad de hacer lo que quisiera era prioridad antes de entregar mi vida a un empleo o a algún negocio. He hecho locuras, me he arrepentido de varias, debo aceptarlo; he peleado en bares de mala muerte, he dormido con modelos y con las putas más baratas que alguien podría imaginar. Perdí la dignidad en un negocio vil y fuera de lo legal, me quedé sin familia después de graduarme de la escuela primaria. Siempre fui libre de hacer lo que quisiese, tuve tanto y sin embargo: no tengo nada.

De joven conocí lugares hermosos, como también estuve en situaciones donde los lugares eran parecidos al infierno. Estuve un par de noches en prisión y realicé muchas horas de trabajo comunitario. Mi sueldo más alto no pasaba los 1.500 bolívares, y mi ropa más costosa no era más que una oferta de dos por 360 bolívares. Fui desdichado, feliz en ocasiones. Creí ser libre por hacer lo que quería, creí ser interesante por consumir drogas. De joven veía muchas estrellas fugaces, y siempre supe que nunca cumplirían deseos. Compré una guitarra con 800 bolívares que gané en una apuesta, aprendí, toqué en bares pobres y a orillas de la playa. Creí tenerlo todo, y sin embargo: no tengo nada.

Siendo lo que era y lo que siempre he sido, amé una vez a una mujer, era hermosa como ninguna. Tenía una mirada que me transmitía el mismo infinito que las noches estrelladas, y yo era libre de recorrerlo como el mundo en el que me han otorgado esta vida. Yo la amaba, y su piel era también los desiertos que ya había recorrido antes, ella era otros mundos y yo tenía la libertad de conquistarlos. Me amaba y me lo decía. Yo sabía que me amaba porque ella me miraba y sus ojos no sabían ocultar su amor. Era feliz y lo tenía todo. Yo tenía su cuerpo en mis brazos, lo sostenía y eso era todo, no hacía falta más. Era como ser el dueño de un mundo entero, como que sus caderas eran las olas que reventaban en mis costas, como si su cabello era el agua que caía desde mis saltos; como si ella, en general, fuese las nubes que acarician las cumbres que recreaban mis alegrías. Creí tenerlo todo a su lado, pero tenerlo todo no es posible, o no por mucho tiempo. Aquella noche, fría y oscura como nunca, es decir, nunca, en tantas noches que viví y aprecié, cuando algunas eran lluviosas, otras nubladas, otras llenas de estrellas, nunca, a pesar de todo, ninguna fue tan oscura como esa; ella me miró, y en sus ojos todavía se le notaba su amor, corrió una lágrima, y me dejó. Alguna vez pude tenerlo todo y, sin embargo: no tengo nada.

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