sábado, 3 de noviembre de 2012

Páginas amarillas

Estaba reposando en mi lugar, aquél viejo estante en el que el polvo era mi único abrigo. Tenía años ahí, como si las personas jamás me fuesen notado, como si fuese invisible; tal vez lo era. Veía a personas pasar frente a mí, justo en esos momentos respingaba el lomo y esperaba ser visto, aunque sea solo para una ojeada fugaz. Pero era algo imposible, los años me pesaban, mis páginas amarillentas eran vacías, y no porque no contuvieran letras, sino porque no había quien las hiciera reales.

Yo tenía tanto para ofrecerles, recuerdo aquellos años de juventud viva, justo cuando venían, me leían y releían una y otra vez. Sabían como apreciar un texto, y como imaginarme más allá de su corta realidad. Les recitaba a Jodorowsky, también a Gabriela, esos poemas de Gabriela Mistral, mágicos. Aunque ahora ya no lo son, la magia se ha ido yendo de mí, antes me recreaban y daba luz a ojos cálidos. Ahora solo veo pasar frente a mí ojos fríos como el invierno, sin brillo, ni nada. Llevo décadas aquí, imaginándome, releyéndome, tan solo que para revivir emociones propias. Pero no es lo mismo. No me hago magia, no me recreo, no me reinvento como aquellas almas libres en cuerpos. Bah, soy solo un viejo libro que nadie quiere encontrar. ¿Quién me busca? Si ya, de lo que hablo, amor, es poco importante. He podido notar el pudor en sus ojos. Como se ocultan, como si la meta fuese ver quien demuestra menos. En estos días pasó por aquí un chico con esos aparatos que reproducen canciones con esos cables que llevan hasta sus oídos, una melodía cualquiera. Tenía tanto volumen que pude escuchar una frase que decía: "esculpiendo nuestros cuerpos para estar buenas y buenos, pues sabemos, que para ver corazones todos son ciegos." Hoy me pregunto si será cierto, si todos quedaron ciegos, en décadas pueden pasar tantas cosas. Aunque es extraño, recuerdo claramente, a aquellas personas que venían con el alma asomada en los ojos y su corazón como un tambor a echarle una ojeada a eso que tenía para ofrecerles, yo, que poco puedo notar, veía en sus ojos el alma, y en su voz muy baja escuchaba su corazón latir. Ésa era la magia, la que desearía volver a ver.

Soy viejo, mi tapa está un poco descolorida, soy de pasta dura, sin presumir. En mis tiempos de juventud, siempre alardeaba frente a los de pasta blanda; aunque con los años entendí, que un buen libro es mucho más que una tapa de pasta dura. Pero bueno, no sé si soy yo, o son las personas, o es el viento, o es el frío de invierno, o el de sus miradas, o el frío de sus palabras. Quién sabe. Pero en fin, aquí estoy, aquí sigo, tan solo esperando conocer al valiente que será capaz de: venir, tomarme de una buena vez y descubrir en mis páginas su mirada cálida. 

Notas de autor:
Dedicado a esos libros de biblioteca que nadie se atreve a leer, a esos libros donde podemos encontrar esas miradas perdidas, y tan solo no las encontramos porque aún, no hemos sido lo suficientemente valientes para ese grato encuentro. Con nosotros mismos.

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