sábado, 13 de octubre de 2012

Marrón claro

Tomábamos café, yo uno negro y ella un marrón claro. Sentados en la mesita de parque, un poco rayada, hablamos y cuando sin temas nos quedábamos, inventábamos de nuevo, como cada vez, un temita poco relevante para solo no consumirnos tan pronto por ese silencio abrumador, que te llega hasta el tímpano, y aturde. Mientras ella hablaba yo intentaba no verla demasiado, sentía que en cualquier mirada de esas, fugaces, me iba a perder en sus ojos cafés oscuros, aunque brillantes como ningunos. Tenía miedo de mirarla, pues mirarla no era como ver una hoja en el suelo, o ver pasar los autos en la autopista regional. Verla era algo más, era como ver la noche, hermosa. Era como sentarte a mirar y no mirar, sino ver, detallar. Por otra parte, ella me miraba, y sonreía, y me perdí. Por lo cual opté por sonreír también. Aunque ella seguía viéndome y yo indefenso ante sus ojos y su sonrisa, cayendo como cae una gota de lluvia. Y sin ganas de levantarme, mis ojos, temerosos, la invitaron a caer conmigo. 

En ese intercambio de palabras, nuestras tazas con café, ya casi sin café, nos mostraban una despedida próxima. Yo, corriendo con mis ojos hacia aquél lugar donde su mirada solo lograba llegar, sonreí. Tomé el último sorbo de aquél café, y mis ojos y mi sonrisa, ya perdidos en sus ojos y su sonrisa, pronunciaron casi sordos de la sensación y gracias a ese ruido que pronunciaba el corazón, un hasta luego que dejó a mi taza, y a su taza, las ganas de seguir con café dentro, y a nuestros temitas, los dejó con ganas de seguir siendo hablados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario